Tras casi dos décadas viviendo fuera de Estados Unidos, en 1832 Irving decidió regresar a casa, convertido ya en una auténtica celebridadliteraria. Pero su carácter no era precisamente sedentario: deinmediato volvió a embarcarse en un gran viaje, esta vez por losterritorios más remotos de su país. En pleno recrudecimiento de lasguerras indias, se incorporó a una expedición de los rangers más alláde la frontera jamás pisada por el hombre blanco, en los territoriosde caza de los temidos guerreros pawnis. A medio camino entre lanovela de aventuras, la crónica de viaje y el dietario delnaturalista, Irving relata con un tempo narrativo ágil y vivo lasperipecias y riesgos de su periplo, al tiempo que da cuenta de labelleza primigenia y aún intacta de los grandes paisajesnorteamericanos. Muy pocos escritores habían descrito aquellassublimes inmensidades salvajes, pobladas todavía por auténticasmiríadas de osos, lobos, coyotes, bisontes o pumas, y por los pocoshombres que habitaban la frontera: pioneros y colonos, cazadores ycazarrecompensas, tramperos y rangers, que Irving retrata con maestría excepcional. Pero esa frontera no sería tal sin los nativosnorteamericanos, sus verdaderos moradores, a los que el hombre blancoafrenta con su política de conquista. Irving, sin embargo, denuncia la actitud injusta, despótica y prepotente de los suyos, los reciénllegados, y defiende el modelo de «vida salvaje» de los nativos, enperfecta armonía con una naturaleza igualmente indómita y en claraoposición al empuje imperialista que llegaba del gobierno. Igualmente, el viaje se convierte para el escritor en una progresiva toma deconciencia del modo en que los hombres devastan a su paso lanaturaleza: finalmente Irving no puede sino hundirse en la tristeza al dar caza y desposeer de la vida a su primer y único bisonte.